¡Qué vivan los estudiantes!

Así cantaba el grupo venezolano Los Guarayos una de sus composiciones más emblemáticas, inmortalizada por las voces de Violeta Parra y de Mercedes Soza. Y aunque fuera escrita en 1973, cobra relevancia actualmente, por los movimientos estudiantiles vigentes y por la jornada que se celebra hoy, 21 de septiembre, en Bolivia.

No es sólo la llegada de la estación más romántica de todas, ni la conmemoración del sentimiento que la representa, sino la celebración de los estudiantes. A quienes todos los profesores les debemos la razón de nuestro oficio. Por eso, hoy quisiera analizar ¿por qué este grupo de ciudadanos tiene una relevancia fundamental en nuestro devenir social?

Para responder esta interrogante, considero pertinente recordar a aquel movimiento, que marcó la historia estudiantil en el mundo -y en Bolivia en particular-, antes de Mayo o Tlatelolco del 68: el “Grito de Córdoba”, en Argentina. Pues hace exactamente un siglo, posicionó a los estudiantes como actores políticos y sociales, quienes constituían “una juventud animada de coraje arrollador, que desprecia la hipocrecía, no se amedentra por las amenazas ni la represión” -en palabras del peruano José Martitegui (1928)- y que tenía un importante espíritu democrático y una insaciable vocación de interpelación.

En 1918, el contexto argentino se caracterizaba por un intensivo proceso de modernización, que produciría distintos efectos sociales, como el fortalecimiento de una oligarquía o el crecimiento de una clase media crítica. En este escenario, como afirma Tunnermann (2008), la Universidad aún respondía “a los intereses de las clases dominantes, dueñas del poder político y económico”, que limitaba el acceso a la educación superior, así como el tratamiento de ideas en sus aulas.

Frente a ello, el surgimiento de una clase media argentina -caracterizada por su progresismo y su intención de cambios estructurales- permitió la organización de grupos estudiantiles, que demandaran la democratización del espacio académico. Entonces, surgió el movimiento en Córdoba, una ciudad emblemática en la educación superior, por la antigüedad de su universidad (1613).

Entre marzo y agosto de 1918, este movimiento plantó una importante semilla para la sociedad argentina, que luego se expandiría internacionalmente. Mostró el carácter utópico y a la vez temerario de los estudiantes, que anticipaba el espíritu inigualable de su movilización en futuros capítulos de la historia; configuró espacios institucionales de acción colectiva, como la Federación y la Asamblea Universitarias, o el Primer Congreso Nacional de Estudiantes; logró ampliar el acceso a la educación superior para formar una mayor cantidad de sujetos críticos; consolidó el respeto a demandas democráticas fundamentales -como la docencia libre y la libertad de cátedra-; y fortaleció el compromiso de la universidad con la sociedad.

Al respecto, el legado de este movimiento permitió que en el Segundo Congreso de Estudios Universitarios (1932) se visibilizara con mayor intensidad que “los males de la universidad no podían separarse de los males de la sociedad en su conjunto”, como afirma Raquel Tibol (2006), y que -citando a un documento de este encuentro- “la universidad se entiende (…) como un organismo de los estudiosos para transmitir sus conocimientos a todo el pueblo y el laboratorio donde se analicen las ideas científicas, filosóficas, artísticas y sociológicas, con el propósito de dar una cultura en función social (…) la misión es social en cuanto aquella enseñanza se orienta a incidir sobre la marcha y el perfeccionamiento íntimo y formal de la sociedad en la que la universidad actúa”.

Esta reflexión, así como el resto de la enriquecedora herencia del movimiento estudiantil cordobés, fue producto de un espíritu valiente y organizado, pero sobre todo crítico e interpelador. Este último componente es el que finalmente permite entender la importancia de los estudiantes en el devenir social. Pues son sus preguntas insólitas, su incorformidad ontológica y su accionar cuestionador lo que nos moviliza a pensar nuestra propia condición social.

Gracias estudiantes por no dejar nunca esa vocación. Feliz día.

Por: Guadalupe Peres-Cajías

Es docente universitaria y especialista en investigación en comunicación

Fuente: Página Siete